Discípulo de sí mismo, amigo de unos pocos, conocido de casi nadie. Autor de El intruso, Ilión (novela fracasada), uno o dos poemas apenas leídos y algún que otro ensayo que todavía no sabe cómo comenzar.
Los futuros no realizados son sólo ramas del pasado: ramas secas.
3 hay que todavía piden sangre:
En la última tormenta, mi paraguas, con toda su fragilidad china, no resistió. Mucho antes de llegar a casa ya me había abandonado. Me dio bronca, lo puteé hasta en mandarín; sin embargo no lo pude tirar. No lo pude dejar en la calle ignorando la intimidad que hasta hacía una gotas atrás habíamos compartido. Lo llevé hasta casa donde le di una sapultura más digna. Mi novia no lo entendió. Cada quien sabe de sus amores.
Es verdad, querido amigo, cada quién sabe de sus amores y de sus amistades. Con todas las mudanzas que me tocó hacer, vengo arrastrando un viejo paraguas medio apolillado que mi viejo usaba para ir a trabajar muy temprano. En una de las últimas, tuvo la desgracia de caer del camión de fletes y un amigo, que venía detrás en un taxi, detuvo el tránsito para rescatarlo. Toda una demostración que no todas las cosas que uno posee son meros objetos. Abrazo grande.
Las (sombrillas) así las llamamos aquí, son como el capullo que envuelve a las mariposas, esperan incansablemente el momento para permitir abrir sus alas y salir del cálido asentamiento en el cual se encuentran. Esperan su encuentro, con las finas, gruesas, sucias, lentas o raídas gotas que caen sobre ellas, creando una sinfonía que pocos escuchan, que todos evitan al cubrirse con ellas y que al pasar el tiempo, llega a su absurdo final, la sinfonía se posa sobre una acera, volviendo en sí a lo que siempre fue, un capullo que quedó en algún lugar.
Saludos viejo amigo de las letras
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