the horror, the horror

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10:19 p.m.







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Desde los viejos buenos tiempos se sabe que no se puede visitar el infierno sin un guía. Dante no ignoraba que sin la tutela de Virgilio nunca conjuraría con palabras los incesantes trabajos del infierno. La literatura siguió ese modelo y construyó la figura del aprendiz para narrar con ojos de inocencia los entretelones de un mundo despiadado. Fue Joyce en el siglo XX quien se encargó de separar al maestro de su discípulo en aquella célebre novela suya sobre el mundanal ruido y, desde entonces, la figura del alumno se ha dedicado a vagar por territorios desconocidos como un tonto o un extraviado. El cine se enamoró de ese huérfano. Lo dejó perdido mil veces en mil mundos despiadados: los mundos de la guerra, de la delincuencia, de la política, de la lujuria. Pero lo cierto es que este personaje componía un Virgilio disfrazado de Dédalus: eran los espectadores quienes en verdad oficiaban de Dante desde sus butacas inexpugnables. Ha sido el nuevo arte del videojuego el que ha venido a sacudir un poco esa posición imperturbable del espectador. Ya que, por obra y magia del gamepad, el personaje del juego se convierte en un avatar del jugador: de la pericia y de las decisiones de este dueño del poder del joystick depende la supervivencia del personaje. 


2
Sicario recoge este gran hallazgo. Convierte a Kate Macer en el avatar del espectador y no por mera identificación con su rol como se hacía antaño. No es ya el personaje sino la cámara quien obliga a participar al espectador. En efecto, ocupando perspectivas puntuales y limitadas (cámara en mano, cámara nocturna, planos secuencias que desvían la atención de los hechos centrales), la cámara asume la mirada y la creciente angustia de Kate Macer. Forzado por ese escorzo, el espectador se situa en la misma posición que el personaje y, desde entonces, ya no vuelve a sentirse inmune en su butaca. Crece en su interior la necesidad de hacer algo, de obrar sobre los hechos que se desarrollan fuera de su control y de su campo de conocimientos. Pero es impotente: tan impotente como la propia Kate.


3
Sicario no nos ofrece consuelo. Nos introduce desnudos en el horror, nos lo exhibe sin tapujos, nos deja mudos. Buscamos a un Virgilio que nos ofrezca una palabra para conjurar eso que no podemos (o no nos atrevemos) a nombrar pero lo que hallamos es, de nuevo, el horror, el horror multiplicado. Parece que descubriéramos de golpe que lo que nombrábamos hasta ese momento es en verdad cosa de otro mundo lejano, un mundo que nada tiene que ver con este infierno (que otros llaman Ciudad de Juárez) en donde ahora mismo nos hallamos. Quizá no seamos los visitantes sino más bien los condenados sin memoria, los hombres huecos, las sombras que repiten sin sentido palabras de una vida que ya no recuerdan.


0 hay que todavía piden sangre: