catarsis

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10:57 p.m.



Volví de Corrientes con el alma por el suelo, casi tan desolado como la vez que me vine a vivir a Buenos Aires. A fin de eludir el peor de los insomnios (ese que se sufre en medio de un colectivo lleno de durmientes) me puse a mirar Drive. Y si bien mi tristeza no se disipó al finalizar la película, tuvo al menos un momento de desahogo.

Según Aristóteles, el ciudadano ateniense efectuaba la catarsis en las gradas del anfiteatro. Muchas de las mujeres de nuestra época purgan sus pasiones mediante las telenovelas de la siesta, mientras que sus hombres putean al equipo de sus infartos desde las tribunas de la cancha o las mesas de las hamburgueserías. Cada cual, a lo suyo. Por mi parte, la mejor manera de curar la melancolía es una buena película de cine negro.

No hay mucho que decir sobre el argumento de Drive: se trata de la historia de una venganza. No obstante, sí puedo hablar a favor de la belleza con que se expresa su violencia o la poesía con que se compone, paso a paso, la derrota del protagonista.

Debe ser que el desconsuelo me vuelve hermano de los antihéroes aún sin que comparta su sangre. Igual que, por ejemplo, se vuelven inseparables el despiadado yakuza Aniki Yamamoto y Denny, un transa del Bronx, en Brother. O quizá una búsqueda incesante como la de Spike Spiegel en Cowboy Bebop constituya la metáfora de mis propias incertidumbres. Tampoco puedo dejar de recordar el dulce salvajismo de Kim Soo-hyeon en I saw the devil o el incontenible rencor de Dae-su Oh en Oldboy, ya que ambos supieron sembrar la calma en medio de mis más oscuras tormentas.

Como sea, estos asesinos de corazón inocente, estos ángeles de camino errado, me ayudan siempre a pasar mis malos ratos y a matar las horas que, muchas veces, incuban el insomnio y los regresos.

0 hay que todavía piden sangre: