Crecer significa perder cotidianamente la inocencia lo mismo que aquel juguete que -a fin de jugar solo más tarde- uno esconde tan bien que ya no vuelve a hallarlo más nunca.
Estoy convencido de que la época de lo confesional se terminó. O en todo caso hoy ya no parece importante. ¿Qué sentido tiene conocer la intimidad de otro cuando finalmente uno descubre una vez tras otra que no queda ya nada de original o de extraordinario en ella y más aún: esa intimidad es -hasta en el detalle más trivial- idéntica a la de uno? Ha llegado el fin de los anónimos vicios o de los insospechados padecimientos que se develan. A la larga, al enseñarnos sus secretos, los demás demuestran ser tan vulgares como uno mismo. Tanto o incluso tan poco.
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1 hay que todavía piden sangre:
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